Resiste... espera, se marchará.
Hace dos días volví a sentirlo, sentirle… sentirles, cómo saber qué o quiénes son.
Sus primeras visitas se remontan a muchos años atrás, concretamente dieciocho. Mi padre, de tan sólo cincuenta y nueve, había fallecido tras varias semanas de padecimiento en las que ya no pudimos comunicarnos más con él, porque no recuperó la consciencia. Su muerte, fue para mí un asesinato anunciado, aunque pasó a la historia hospitalaria como una muerte tras una enfermedad, pero detrás de todo estaba un hombre que fue abandonado por los facultativos que le atendían desde su ingreso en el hospital. Lo que se llama vulgarmente un atranco intestinal, tras once días de permanecía en el centro médico, bajo la supervisión de un cirujano que me dijo en mi cara…: “Es posible que sea cáncer, pero me puedo permitir el lujo de esperar…” se trasformó en cuatro perforaciones de intestinos… cuatro peritonitis, cuatro boquetes mortales de los que ya no pudo recuperarse, ni con su fortaleza, ni con dos operaciones a vida o muerte, diálisis… y los muchos esfuerzos de los médicos de la UCI que reconocían que era imposible que se dieran estas circunstancias en un paciente que llevaba once días ingresado. El miserable cirujano que aún vive… firmó en su informe que mi padre se negó a operarse, algo totalmente falso, a ningún familiar le comunicó esta negativa de mi padre.
Fue a los pocos días de haber fallecido mi padre que empecé a sufrir por las noches “Algo” que no supe como identificar. Mis primeros pensamientos se encaminaron a él; llegué a creer que mi progenitor, mejor dicho su espíritu o su espectro, acudía cada noche a torturarme por no haber vengado su injusto óbito.
Mi padre era un hombre pasional y vehemente, decía cuando en la televisión comunicaban algún caso de errores médicos y similares en los noticiarios, que si a algún hijo suyo le sucediera, él mataría al médico. Le escuchábamos, convencidos de que lo haría; por eso, cuando falleció, al sufrir por las noches aquellos sucesos cuando menos terroríficos, pensé que era él, enfadado conmigo, que era su manera de decirme que no estaba haciendo lo que él habría hecho en mi lugar.
Llevaba poco casada, mi marido en las noches que esto me sucedía, una tras otra, jamás se enteró de nada ni notó nada que no fuera causado por mí, es decir, le despertaba sobresaltada y le contaba lo que sentía aterrorizada y llorosa.
Casi que evitaba acostarme, pero tenía que hacerlo, la llegada de la noche era el paso al miedo y la angustia, un terror supremo. Ya en la cama, intentaba convencerme que esa noche no pasaría como las anteriores, entraba en los brazos de Morfeo y el despertar sin saber bien qué hora era no tardaba en llegar, porque en efecto, despertaba, no era un mal sueño ni una horripilante pesadilla, “Aquello” me despertaba…
“Aquello” venía precedido de una ligera presión a los pies de la cama, nunca podré explicar cómo sentía que algo iba avanzando por el lecho, siempre desde atrás, un tacto apenas perceptible, subía hacia mí y lo siguiente que notaba y de qué manera, era una presión tremenda sobre mi cuello, mi cabeza y la paralización total de mi cuerpo. Jamás seré capaz de aventurar cuanto tiempo duraba este proceso, pero sí que se me hacia interminable y eterno, me asfixiaba, no podía respirar, sentía literalmente aplastado mi cráneo contra la almohada y aquello que ejecutaba esta acción era invisible a mis ojos. Un terror indescriptible me invadía por completo.
Así fueron varios meses, cada vez que caía el día pensaba que no lo soportaría una vez más, en ocasiones era más leve, las pocas, me refiero a la sensación de la presión que ejercía sobre mí contra la cama, siempre sabía cuando ya estaba presente y era igualmente interminable cada momento de aquellos. La sensación de quedarse sin oxígeno es algo que no se puede olvidar. No puedo asegurar que en aquella etapa pudiera visionar algo de esto que se llama popularmente “Visitante de dormitorio”, pero quiero recordar que ya por entonces en el espacio notaba una leve nube, difuminada y negruzca.
En el trascurrir de los días, aprendí a relajarme, a esperar, a intentar controlar mi enorme miedo, ya sabía que no me podría mover mientras esa sensación o espectro estaba presente sobre mí, así que lo asumía, el impedimento para respirar nunca llegaba a poner en peligro mi vida.
Tras la desaparición de mi padre, mi único fin era saber que estaba bien, la muerte tiene esta terrible consecuencia que todos en mayor o menor medida conocemos y hemos experimentado por desgracia. Nuestros muertos jamás regresan y no es posible saber más de ellos; cada noche mentalmente hablaba con él, le pedía una señal, sólo saber que estaba bien, necesitaba saber que aceptaba que no atentáramos contra la vida del cirujano que lo abandonó hasta que ya fue tarde. Mis monólogos mentales y los terribles momentos que “Aquello” me hacía padecer fueron en las horas nocturnas, algo paralelo.
Una noche, soñé. Mi padre se presentó mientras estaba mi negocio con una bolsita de pesetas, sonriente, vestido con el mismo traje que lucía el día de mi boda, se plantó ante mí, delante del mostrador y me dijo: “Estoy bien, hija estoy bien” . El motivo por el que llevaba una bolsita con pesetas era porque me hacía falta mucho cambio menudo en mi tienda y él me surtía de las monedas que conseguía en su propio trabajo.
A partir de ese día… “Aquello” desapareció de mis noches. Pensé que mi padre había acabado con aquella presencia apareciendo en mi sueño. Sorprendentemente, aquella noche mi madre también soñó con él, le dijo las mismas palabras que a mí e iba vestido de la misma manera en que se me apareció.
Pero a posteriori, años después, estando ya divorciada… “Aquello” volvió a mí. Entonces pensé que la vinculación con mi padre tal vez no era tal. Ya no era algo que se sucedía cada noche, su presencia se tornó intermitente, lo que no cambió y se acentuó fue que incluso pocas horas antes de acostarme ya sabía que ocurriría.
La novedad es que había varias presencias, máximo tres, no se puede describir la especie de maraña negra, ligeramente transparente que se situaba a metro y medio del suelo a un lado, muy cerca de mí. Ya no se limitaba a ascender desde los pies de mi cama, causando la sensación de un cuerpo que se posaba sobre las sabanas apoyado en las extremidades, también se mostraba, se hacía visible.
El miedo retornó a mí cuando ya lo había olvidado, nuevamente la asfixia, la terrible presión… pero lo que sí que permaneció memorizado en mi cerebro fue la aceptación del hecho y recordar que no debía ni luchar ni angustiarme. Me limitaba a esperar que cesara. No puedo precisar cuánto tiempo volvió a ocurrir, meses, no sé cuantos, hasta que una noche no apareció... ni la siguiente… ni las sucesivas, fue algo así como superar paulatinamente una larga convalecencia.
Llego un día en que alguien a quien se lo comenté, supo de que hablaba; saber que no era fruto de mis miedos o la imaginación producía una paz… reconfortante. Y cuando describes estos hechos y alguien te dice: “¡Exactamente eso me pasa a mí!” Ya no hay como describirlo, esa persona reconoce todos los pasos de esta angustiosa experiencia que has vivido, no sabes qué decir.
Pero hace dos noches… regresó. Me desperté y ya me había poseído, la paralización era total y simplemente dije para mí: “Espera a que se vaya… espera a que se vaya…”
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