Hoy, día de los Santos inocentes...
quiero que me saquen de esta lista
que no engroso por santa,
sino por inocente.
Arrastro por mi tortuoso camino de existencia, cualquier resquicio, paquete o regalo recibido.
Años de niñez llenos de sencillez y estrecheces que no aprecié como tales, de aventuras que parecían tan enormes siendo tan pequeñas, caritas infantiles que ocupaban tantas horas de sueños y juegos, tantos cuentos no leídos, tantos castillos imaginados…
Años de juventud llenos de fuerza e ímpetu a la par que de desconocimiento del código salvaje de las relaciones humanas, sensualidad exhibida y cariño suplicado, cacerías donde cazaba y persecuciones donde era la presa a abatir…
Años treinta, de relativa y aparente felicidad conyugal y éxito profesional, viajes veraniegos donde llenar la retina del verde norteño, rutina, distanciamiento…
Años treinta y tantos, maternidad y libertad ansiada, conseguida a un alto precio, tranquilidad y risas infantiles que no quedaron mudas por una mala convivencia matrimonial, estrecheces económicas, ausencia de caprichos…
Años cuarenta, batiburrillo de amores importantes, de decepciones superables, de soledad elegida, de aislamiento obligado, de esperanza renovada y de fe perdida, de monedero escaso de monedas…
Asisto serena y complacida a la defunción de mi fe y al óbito de mi esperanza, creo que ya no perderé más mi aliento por llevar a las urgencias de los espíritus a estas dos señoras, falsas y embaucadoras que me han llevado al abismo existencial del que no veo como salir… aunque sé que saldré. Dejaré que exhalen su último aliento, echaré sobre ellas toda la tierra estéril que me vendieron como fértil, fútil negocio que nunca debí aceptar, todas las flores que quedaron marchitas en tantos rincones olvidados, en los recovecos de mi ser. Por ellas, fue por ellas que florecieron jardines engañosos en mi alma, fue por ellas que el amor pasó por ser real ante mi corazón y no el simple espejismo que fue. Por estas dos nefastas damas tan alabadas por la humanidad y tan nombradas, dejé las puertas de mi casa abiertas infinidad de ocasiones, así como abrí mis brazos y mi corazón a viajeros que decían llevar en sus maletas la dulce y plácida amistad cuando no llevaban nada, amor intenso y fiel, nunca llevaban nada… pero todas las veces lo parecía.
Fue por ellas que una y otra vez, creí, confié... ya no estarán.
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