sábado, 27 de febrero de 2010

AL RESGUARDO DE UN ÁLAMO





Sobraba todo...









Dos tazas de café vacías dieron comienzo al paseo que nos llevó al parque, me dejé guiar mientras la abrazaba, acariciaba sus hombros y sus mejillas, me contaba sus aventuras, desgranando un rosario de hombres que ocuparon breves espacios en su vida, apenas escuchaba sus palabras, loco por llegar a algún lugar apartado para dejar de contener todo el deseo que me provocaba, no podía dejar de mimarla.

El suelo del parque era una esponja de tierra y agua, el sendero que escogimos, estaba salteado de pequeños charcos que íbamos esquivando a duras penas sin dejar de caminar abrazados, su perfume me engatusaba con su aroma penetrante, sus cabellos ondulados acariciaban mi rostro cuando la brisa los alzaba, su cuerpo, bien cobijado bajo un largo abrigo de paño verdoso se pegaba al mío mientras sus ojos impacientes buscaban el sitio idóneo para dar rienda suelta a la pasión que nos apremiaba.

Unos pocos viandantes solitarios deambulaban por los parajes más cercanos, ancianos que hacían su paseo matinal, algún joven que paseaba el perro… pero a ella le inquietaba que nos observaran, nerviosa no encontraba sitio que le pareciera ni cómodo ni discreto. Sé que ambos nos sentíamos como adolescentes que buscaban besarse por primera vez, como si no tuviéramos ya más de cuarenta años ni suficiente experiencia como para no importarnos nada, pero sé que era su barrio, tal vez en cualquier otro parque no habría dado tantas vueltas.

Conseguí que uno de los álamos que jalonaba la vereda le pareciera por fin el sitio adecuado, más que nada con la lluvia caída seguir avanzando más adentro del parque suponía embarrarnos y no quiso a su pesar buscar un lugar más apartado. Me apoyó en el tronco y ávida me besó largamente, sus gestos rezumaban pasión y desenfreno, hasta que divisaba algún anciano que se iba aproximando hacía nosotros y entonces bajaba sus brazos escondiendo su cabeza entre las solapas de mi anorak, mientras no dejaba de reír disimuladamente. Cuando el anciano nos había ya superado y se alejaba hacía la calle que delimitaba el parque, volvía a buscar mi boca y yo intentaba alcanzar su piel levantando su jersey, su amplio abrigo ocultaba mis movimientos, pero ella aún se preocupaba que se pudiera ver algo desde lejos…

Necesitaba sentirla, mordí su cuello, sus hombros, se deshacía de mis manos como podía porque no dejaba de inquietarle todo aquel que se nos acercaba por el maltrecho camino. Deseaba que se calmara, se olvidara del mundo y sólo pensara en nosotros dos, cuando así sucedía se volvía tan lujuriosa como la había imaginado cuando conseguí oír su voz al otro lado del teléfono. Su voz sensual y pausada, salpicada de su risa tan espontánea, se había adueñado de mí, había abierto un torrente de excitación que me enervaba, sólo pensaba en poseerla.

Desabrochó los botones de mi camisa y se abrió camino hasta mi pezón derecho, sentí su lengua suave rodearlo con movimientos circulares y luego lo succionó con sus labios carnosos, me habían encantado sus labios, no veía el momento de sentirlos en otra parte de mi anatomía. Para entonces yo ya no tenía estorbo y acariciaba su espalda libremente, incluso me atreví a alcanzar sus glúteos deslizando mis manos bajo su pantalón, su abrigo seguía siendo mi aliado y escondía mis extremidades, pero ella seguía intentando guardar la compostura en cuando sentía que alguien se acercaba, entonces sus gestos cesaban y volvía a acurrucarse en mi pecho ocultando su rostro. Si risa nerviosa apenas era audible, pero temblaba como una cría que se está portando mal y teme la reprimenda.

Sentí que le ganaba y era más lascivo, la mujer que estaba llena de vivencias sexuales temblaba como un flan entre mis brazos mientras yo me sentía imparable hasta el punto que olvidé sus suplicas y alcancé su pubis, cubierto de escaso e incipiente vello, su carne estaba caliente, invitaba a entrar, sólo su pantalón me lo impedía y tuve que conformarme con sentir la humedad que me llevó hasta su clítoris. Estaba hinchado, deseoso de sentir mi dedo, no me hice de rogar, acaricié con paciencia y suavidad su superficie, sin prisas, mientras ella suspiraba tímidamente, para nada parecía la mujer segura y depredadora que yo había querido adivinar tras sus palabras.

No podía profundizar más pero le pudieron sus ganas y me hizo parar para bajar su cremallera, me sorprendió desinhibiéndose de su vergüenza y buscó en mi entrepierna, también bajé mi cremallera para que pudiera sentir como me tenía de excitado, parece que le gustó lo que encontró al meter su mano por ranura de mi pantalón, pero volví a tomar el control y busqué de nuevo su diminuto clítoris, estaba escondido entre sus pliegues lubricados pero no tanto como para no notarlo rápidamente, volví a los movimientos pautados, mientras ella parecía tener dificultad para mantenerse, descansaba levemente sobre mí, pidiéndome en baja voz que parara porque se iba ¡Pero cómo parar! Me volvía loco sentirla tan sumisa, cuando creí que remataba…

Miró a nuestra derecha y al ver otro nuevo paseante acercarse se cortó completamente, me instó a componer nuestra ropa intentando disimular pero este anciano que se nos acercaba se había percatado muy bien de nuestros quehaceres, aminoró su paso y nos miró muy descarado, ella se refugiaba en mi mirada mientras yo observaba divertido al curioso por encima de su hombro.
_ ¡Menudo calentón llevará el abuelillo! Este va caliente para casa… jajá_ Me dijo mi amante mientras se intentaba componer el peinado.


La abracé de nuevo mientras observábamos al anciano alejarse volviendo de vez en cuando su cabeza para mirarnos. Yo estaba dispuesto a llevarla al máximo placer, pero no me dejó pasar de besos y caricias cerrando con su resistencia la puerta a mis grandes ganas de rendirla por completo.

Y mirando la hora, me convenció para que diéramos por terminada la contienda amorosa. El anciano curioso disimulaba al comienzo del camino ya en la acera de la calle, pero era evidente que permanecía allí para seguir contemplando cómo nos dábamos el lote, al llegar a su altura miró a mi chica fijamente mientras ella sonreía sin fijar su vista en él.

_Vaya, le cortamos la peli al hombre, otro día abuelo…._ Pensé esbozando media sonrisa y cruzaba mi mirada con la de él mientras acariciaba con mis labios los cabellos de ella.

Retomaremos el tema en mejor ocasión….



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