Mi mejor manera de darte las gracias.
Intentó venir el veinticuatro, quiero decir que su intención fue dejarme el regalo más importante esa noche pero no andaba yo con moral para visitas, ni siquiera una tan ilustre, pero ignoraba su verdadera identidad.
Llegó a mí disimulando, nada me hizo pensar que tras aquel tipo misterioso, más delgado que orondo, de cabellos más canosos que blancos, de tímida sonrisa más que de sonora carcajada, con elegancia felina más que humana torpeza… estaba realmente papa Noel, el que este año recién acabado se hizo cargo del servicio navideño de mi ciudad.
Llegó días antes, como llegan ahora la mayoría de los sujetos a mi puerta, vía internet. Me dejé llevar, aposté por un hombre más maduro, me apetecía el cambio de tercio, esperaba más acierto en mis nuevas relaciones con el sexo masculino y en cierto modo así fue.
Su talante era pausado, más de oyente que de parlante, sereno en sus conversaciones, dejaba una paz y otros puntos de vista diferentes a los míos, apasionados y combativos… me sentó bien su manera de ver las cosas. Éramos absolutamente diferentes, yo no me escondo, él se escabullía, yo disfruto dejando huella, él se jactaba de no dejar rastro.
Pero este papa Noel era más lascivo que pasivo, más morboso que bonachón. Si bien, dejó en mi casa varios regalos, como corresponde a la magia navideña, música, comida, alguna enseñanza con el Word, cenas íntimas… sin embargo su mejor presente resultó ser él.
Sólo cuando se ha marchado he descubierto quien era en realidad, papa Noel, diferente envoltorio pero mismo fondo. Cuando me abordó cerca de la puerta y una vez más selló mis labios con un beso apasionado, no pude adivinar que iba a ser el último.
El veintiséis, no me resistí, días antes tampoco, pero esa noche llenó mi cama en toda su extensión aunque sólo de manera hermosamente figurada y fue hasta bien entrada la mañana; esta vez vació sus sacos mágicos en mí, el placer ocupó lugares desiertos de caricias durante algún tiempo, la felicidad, efímera siempre, me pareció infinita. Sus ojos, más que del buen hombre gélido del Norte, parecían del mismo diablo cuando descubrían una vez más mis generosos pechos, cerraba mis ojos porque sentía miedo al enfrentar los suyos. Su cuerpo ardía y me quemaba como si viniera directamente del infierno.
Fue, posiblemente su presencia el regalo que no pedí y que en bendita hora llegó. Pero todos los obsequios tienen su lado malo, el suyo fue su brevedad, no supe ver en sus palabras que partiría… cuando menos lo esperara.
Aún están frescos los recuerdos, su rostro puedo dibujarlo en mi mente, todavía, pero conforme nos adentremos en este año, su dulce aroma se hundirá al fondo de mi memoria donde hay ya demasiados espectros...
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