Perdiendo la batalla, sin posibilidad de duelo.
Han pasado dos días y aún sigo oyendo sus palabras de despedida. - Que me voy a Londres, te llamo para desearte una feliz noche y decírtelo, bueno, que me voy... -. Mis palabras - ¿ Al final te vas? ¿No decías que no te ibas?- Rápidamente me recupero de la puñalada, bueno, finjo que no me importa, aunque no puedo dejar de sentirme derrotada, pero no debe darse cuanta de nada, tengo que fingir que a mí no me afecta, aunque nada más lejos de la realidad.
Me muero al oírle, tiemblo de pensar que le imaginaré paseando con ella, que agarrará su brazo como hace ya más de un mes cogía el mío mientras íbamos hacia La Capilla y se me desgarra el alma como dice el cante gitano. Ya habrá regresado o estará al llegar; le veo cenando con ella, en la fiesta de noche vieja donde quiera que cenaran, el restaurante del hotel tal vez.
Siento que ella se desvanece frente a él y aparezco, llena de frescura maliciosa y alegría que le alcanza y le hace reír largamente, pero de pronto me desvanezco y ella aflora de nuevo, lleva un vestido negro, le sienta bien, el pelo recogido, para mí gusto le da un aire tan rancio como regio, al fin y al cabo, en ella no desentona, mujer tranquila, reprimida, de éstas que ya se amoldan a quien sea con tal de no acabar solas sus días y él, mi amor secreto y clandestino, es el elegido sobre quien teje su invisible red.
Yo, de pie junto a ellos, les grito, les llamo pero no me oyen, soy irreal, no existo porque él no me siente, no me vive y no me piensa ya, a pesar de aquel DIA tan emotivo, cuando me dijo, -Que si te quieres llevar el cepillo de dientes... - La magia empezó, o tal vez acabó aquella noche. Aún no lo he podido valorar certeramente.
Se levantan a bailar y atraviesan mi etérea figura mientras van a la pista, repleta de gente ya de vuelta de todo, gente anónima con viaje de ida corto. Les veo, con mis ojos llenos de lágrimas, siento que cuando estrecha su cintura, él en realidad enlaza la mía y me mira pícaro llevando su mejilla a mi pecho, siento que el aire de su respiración resbala por mi escote, porque ella lleva un vestido con poca abertura, por eso, su aliento llena mi halo sensual, me da calor y reconforta mientras sigo contemplando como bailan, muy juntos, con el cansancio de cada uno suelto sobre el otro, son como dos pilares vetustos que se apoyan mutuamente, que sólo esperan el ocaso de la vida...
Y yo sangro mi juventud en la envidia que me corroe, que no me deja dormir, que sólo me permite verles pasear por Londres, ya sin prisa por amarse entrelazados en la cama del hotel, ya sin ganas de intercambiar la saliva en un apasionado beso. Y pienso mientras me meto entre mis sabanas, sino será ella el escudo que le protege de mis ganas de vivir y de mi pasión. Ella me gana por dinero y por situación. Yo no podría haberle pagado el viaje ni estoy en su ciudad, por eso se lo lleva lentamente a sus terrenos y los míos le quedan tan lejanos.
Pero ahora me voy a dormir, mañana ya no pensaré en estas cosas, mañana será otro día.
Me muero al oírle, tiemblo de pensar que le imaginaré paseando con ella, que agarrará su brazo como hace ya más de un mes cogía el mío mientras íbamos hacia La Capilla y se me desgarra el alma como dice el cante gitano. Ya habrá regresado o estará al llegar; le veo cenando con ella, en la fiesta de noche vieja donde quiera que cenaran, el restaurante del hotel tal vez.
Siento que ella se desvanece frente a él y aparezco, llena de frescura maliciosa y alegría que le alcanza y le hace reír largamente, pero de pronto me desvanezco y ella aflora de nuevo, lleva un vestido negro, le sienta bien, el pelo recogido, para mí gusto le da un aire tan rancio como regio, al fin y al cabo, en ella no desentona, mujer tranquila, reprimida, de éstas que ya se amoldan a quien sea con tal de no acabar solas sus días y él, mi amor secreto y clandestino, es el elegido sobre quien teje su invisible red.
Yo, de pie junto a ellos, les grito, les llamo pero no me oyen, soy irreal, no existo porque él no me siente, no me vive y no me piensa ya, a pesar de aquel DIA tan emotivo, cuando me dijo, -Que si te quieres llevar el cepillo de dientes... - La magia empezó, o tal vez acabó aquella noche. Aún no lo he podido valorar certeramente.
Se levantan a bailar y atraviesan mi etérea figura mientras van a la pista, repleta de gente ya de vuelta de todo, gente anónima con viaje de ida corto. Les veo, con mis ojos llenos de lágrimas, siento que cuando estrecha su cintura, él en realidad enlaza la mía y me mira pícaro llevando su mejilla a mi pecho, siento que el aire de su respiración resbala por mi escote, porque ella lleva un vestido con poca abertura, por eso, su aliento llena mi halo sensual, me da calor y reconforta mientras sigo contemplando como bailan, muy juntos, con el cansancio de cada uno suelto sobre el otro, son como dos pilares vetustos que se apoyan mutuamente, que sólo esperan el ocaso de la vida...
Y yo sangro mi juventud en la envidia que me corroe, que no me deja dormir, que sólo me permite verles pasear por Londres, ya sin prisa por amarse entrelazados en la cama del hotel, ya sin ganas de intercambiar la saliva en un apasionado beso. Y pienso mientras me meto entre mis sabanas, sino será ella el escudo que le protege de mis ganas de vivir y de mi pasión. Ella me gana por dinero y por situación. Yo no podría haberle pagado el viaje ni estoy en su ciudad, por eso se lo lleva lentamente a sus terrenos y los míos le quedan tan lejanos.
Pero ahora me voy a dormir, mañana ya no pensaré en estas cosas, mañana será otro día.
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