Iba y venía, salía, entraba, Eva hacía cualquiera de sus tareas diarias, rutina que asumía resignada, esperando un aliciente que animara su simple realidad.
Era una mujer de múltiples pasiones, siempre enredada en alguna historia, amoríos, breves vivencias pseudo sentimentales, tanto que en pocos días eran olvidadas y sepultadas por las siguientes. Intentaba asumir su madurez, esa edad a la que se le atribuye la plenitud y la estabilidad pero que en ella se rompía la regla, deseaba alejarse de los hombres, hastiada, pensó que llegó el momento de mantenerse a salvo de sus garras, de los arañazos que una y otra vez le causaban, teniendo poca compensación de afectos.
Así que los días transcurrían sin grandes pretensiones, sus propios pensamientos y su imaginación le alimentaban, sus sueños, que sostenía pese a su cansancio y desencanto de la vida.
Aquel día iba a ser uno más, los días del mes pasaban tan deprisa, que los lunes de repente eran domingos y vuelta a empezar una semana sin apenas darse cuenta.
Cuando abrió la ventana para tender su colada, rozaba el mediodía, era algo que hacía varias veces en la semana, a horas más tempranas; el tendedero daba al patio abierto del edificio, su casa estaba en la última planta, era muy luminosa, se enamoró de ella por esta razón principalmente, necesitaba el sol, no habría podido vivir en una casa falta de luz solar, sus dos hogares anteriores, también eran muy luminosos.
Cogía las prendas mojadas con rapidez, mientras estaba tendiendo observó que las ventanas de en frente de la vivienda más inferior a la suya, estaban subidas, era raro, en ella vivían tres hermanos marroquíes, dos chicas y un chico, la edad que podían tener, no lo sabía, calculaba que estaban entre los veinte y treinta años. Eran muy amables y no daban problemas de convivencia, trabajaban, las chicas estaban internas en casas y venían poco, el chico, al parecer de jardinero, que no lo tenía confirmado, habitaba de continuo en la casa. Solían tener las persianas bajadas, no era extraño, de su pared a la de enfrente apenas distaban cuatro metros, estando tan juntas las ventanas, no había intimidad, aún sin querer Eva podía divisar perfectamente su salón… etc. Y no digamos los vecinos de la misma planta, que vivían debajo de ella.
En un determinado momento, muy fugaz, observó por la ventana del pasillo, que desde el baño avanzaba su joven vecino completamente desnudo, hasta asomarse a la calle, inclinándose, como si intentara ver a alguien que allí abajo no había… en los segundos que caminó hasta la ventana, ella pudo apreciar su físico sin impedimento alguno. Se veían a menudo en la escalera, coincidían en la calle, nunca encontró al joven magrebí deseable, al contrario, le parecía extremadamente delgado y no era mucho más alto que ella, vestía casi siempre chándals de colores oscuros, llevaba el cabello casi rapado, que escaseaba, su piel, era de un tono moreno muy acentuado, probablemente de trabajar al aire libre. Sus ojos sí que los notó intensos las escasas veces que cruzaron la mirada, el muchacho era de pocas palabras, le presumía tímido, era huidizo y eso le hacía desconfiar de él. No sabía ni cómo se llamaba.
No se atrevía a asegurar si su salida desprovisto de ropa de su cuarto de baño era fortuita o a sabiendas que ella podía verle perfectamente, más bien pensaba lo segundo, ya que él podía verla tendiendo la ropa sin ningún problema y no le notó azorado al advertir su presencia, no intentó en ningún momento cubrirse ni con la cortina.
Después de contemplarle en cueros, la opinión que acerca de él tenía formada, cambió… su delgadez no le pareció tan desdeñable ya que estaba fibrado, muy proporcionado, era muy velludo más que en abundancia en extensión, de un vello azabache que brillaba y parecía suave. Pudo apreciar que su morenez era total. A Eva le pareció muy sexy. Y qué decir de “Aquello” que pese a no estar erecto pudo apreciar tan claramente, muy claramente en su bajo vientre, una imagen que desde aquel día no dejaba de visualizar. Ella no se atrevió a mirar con descaro, seguramente se ruborizó mientras aparentaba que no había visto nada, como si estuviera muy concentrada en tender su ropa. Pero se quedó bastante conmocionada, había vivido una situación nada habitual ¡No pasa todos los días que contemples al vecinito desnudo mientras tiendes la colada!
Pese a que las hermanas estaban menos, había tratado más con ellas, Kalima que se defendía mejor hablando castellano era quien se ocupaba de pagar los recibos y pedir alguna cosilla que necesitarán de la comunidad. (Eva era la secretaria de su comunidad)Era muy dócil y simpática, agradecida de las ayudas que Eva les prestaba en alguna ocasión. Siempre tuvo la impresión que los chicos musulmanes evitaban tratar a las mujeres españolas, con el muchacho tenía esa sensación.
La imagen de su vecino desnudo se le aparecía mentalmente con mucha frecuencia, no podía evitarlo, sentía una extraña sensación, mezcla de deseo y excitación, de hecho desde aquella mañana estaba más pendiente de asomarse por las ventanas del patio… que antes, intentaba verle.
Antes de aquel incidente, una de las chicas le comentó que su hermano quería instalar una antena parabólica, Eva le facilitó las llaves de la trampilla del tejado pero ante la imposibilidad de hacerse con una escalera de largas dimensiones para llegar a ella, se las devolvió.
Días después de ver desnudo a su hermano, Kalima volvió a pedirle las llaves, ya habían conseguido la escalera. Así que instalaron la antena y el chico dejó el cable colgando que atravesaba el patio hasta su ventana de una manera muy chapucera y poco estética. Eva sabía que tenía que advertirle que así no se podía quedar, un par de vecinas rápidamente le instaron para que no permitiera que el cable quedara así.
Así que una mañana que había quedado con un pretendiente virtual, aprovechando que se había arreglado con más esmero, Eva llamó a la puerta de su vecino, que tardó en abrir no sin antes preguntar quién era. Mientras él abría su puerta, ella se quitaba las gafas de sol con un gesto sensual muy estudiado, vestía una camisa azul marino, muy favorecedora que resaltaba su abundante pecho, pero sin dejar ver un escote provocativo, unos vaqueros y una gabardina ligera de tono crema, era una mujer entrada en carnes, había oído decir que los moros gustaban de mujeres así, de hecho el casero su vecino, también marroquí, la había pretendido sin cortarse en un par de ocasiones, este cuarentón, como ella. Busco la mirada del chico con la mejor de sus sonrisas, le explicó que el cable tenía que ajustarlo a la pared mientras se mostraba como una cazadora tras su presa, intentando que no advirtiera que su coquetería era consciente. Él habló más que en todas las ocasiones que habían coincidido donde no hubo por ambas partes más que un simple saludo, le comentó que aún no había acabado de poner la antena, así que ella le dijo que bien, que se quedara las llaves hasta que acabara de instalarla por completo. Pero sabía que sería Kalima quien le subiría las llaves… así fue.
Vio al chico colocando el cable como debía pero pese a su interés, aún le quedó cruzado en medio de una de las ventanas de la escalera así que tendría que volver a colocarlo de nuevo. Así se lo dijo a Kalima cuando le subió las llaves.
Continuará...
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