Soy quien no ha perdido la esperanza pero está perdiendo el aliento.
A medio camino entre ramera sin sueldo,
de profesión no elegida, acaso forzada por la soledad,
retirada ante tanto indeseable, de la esquina de turno
e idiota todavía superable, sin remedio,
como hojarasca seca tirada y removida por alientos
helados en el parque olvidado de la vida,
no me importa sentir las dentelladas, las picaduras
de los insectos, las pisadas de transeúntes
sin rostro ni ojos, que en un constante relevo
marcan sin compasión ni pausa mi piel seca.
Soy un rostro medianamente agradable
en un cuerpo femenino deforme,
una voz de terciopelo que clama simplemente
por una coherencia humana utópica,
una mente terriblemente consciente,
despierta en un mundo de corazones dormidos,
un alma ultrasensible en territorios marcados
por la falta de respeto y la escasez
de consideración al prójimo,
soy una alegría interna en peligro
de extinción, una puerta abierta cada día,
una sonrisa fácil, un dolor enquistado.
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