domingo, 26 de julio de 2009

SANGRE DE HOMBRE

UNA AFICIÓN A LOS VAMPIROS DESDE MI TIERNA INFANCIA, LOS TEMÍA Y A SU VEZ NO PODÍA APARTARME DE RELATOS Y PELÍCULAS DONDE ERAN PROTAGONISTAS. ESTE RELATO ES MI HUMILDE TRIBUTO.






Me aficioné a la sangre en mi infancia, cuando al tener alguna herida sentía la atracción irrefrenable de lamer el líquido rojo que se atrevía a asomar por mi piel malamente abierta.

Nunca supe el por qué de aquella inclinación, a estas alturas ni me lo cuestiono, ni me importa la razón, posiblemente es algo inexplicable.

Poco a poco la necesidad de sangre se hizo acuciante y ya ni las laceraciones que a mí misma me causaba bastaban para calmar mi ansia. Así llegué a la adolescencia.

Entonces me aficioné a salir al caer el sol por esta ciudad de Madrid donde nunca falta gente en sus calles y una noche invernal me decidí por fin a probar sangre ajena. Después de deambular por la estación de trenes, casi desisto de culminar mi acariciado deseo, que ya era una necesidad. No encontraba ni el momento discreto ni la persona adecuada; buscaba varón, eso lo tenía claro. De una manera aventurada que nunca había contrastado, pensaba que la sangre masculina sería más fuerte y me proporcionaría más potencia física e incluso mental. No entraba en mis planes una mujer de modo alguno.

Escogí un muchacho de piel blanca, cabellos negros y ligeramente ondulados, labios sabrosos, mirada escurridiza, de estatura y peso normal, supuse que tendría unos veinticinco años. Estaba esperando el autobús en Atocha, en una zona que hoy es peatonal, franqueada por el museo Reina Sofía. Una plaza donde hasta hace unos años, varios autobuses de la zona sur tenían su parada de cabecera. Ya nada queda de la estampa que mi memoria alberga. Calle de Santa Isabel… calle de Sánchez Bustillo, ¡Cuántas horas al acecho pasee por vuestras aceras!

Allí estaba él, en una de las paradas, esperando el último autobús de la noche, aterido de frío, ocultaba sus manos en los bolsillos y su cuello con una bufanda azul de angora, que no sería impedimento para mí; me acerqué y le pregunté la hora, era lo más socorrido ya que no fumo. Le sonreí y le di las gracias con mi mejor y más cálido tono de voz buscando sus ojos huidizos que no conseguí encontrar con mi mirada... los segundos parecían minutos alargados por su silencio.

Le comenté que tenía mucho frío y llevé mi cuerpo al suyo hasta envolvernos la misma sombra. Supuse que me rehuiría y le agarré por la cintura sin darle tiempo a reaccionar. No soltaba palabra, impresionado por mi inesperado y rápido movimiento así que pensé que no había tiempo para dejarle pedir ayuda. Me fastidiaba que fuera un tipo tan soso quien inaugurara la lista de mis “Mordidos”. Pero en la práctica era ideal un individuo tan apocado.

Aparté las solapas de su abrigo con un gesto mimoso y el azul de la bufanda me franqueó el acceso a su blanco cuello, nunca tuve colmillos vampíricos pero los míos, de apariencia normal eran suficientes para agujerear aquella piel trémula que blanqueaba con la luz brillante de la desvencijada y maltratada farola. Aparentando ser una asaltante sexual nocturna, me abrí paso con la rodilla entre sus piernas, no quería que sospechara mis verdaderas intenciones y a juzgar por la notable erección de su miembro viril, lo conseguí. . Entreabrí mi boca y colgué mis labios de los suyos, supe a qué sabía su miedo conteniendo el mío, aguanté hasta sentirle enormemente excitado entreteniendo su lengua con la mía y bajé con sigilo mis labios por su cuello hasta encontrar el punto deseado donde morder como una fiera furtiva. Creí que el chico caería sobre mí desmayado por la desagradable sorpresa y el dolor, pero no, aguantó erguido y tuve tiempo para saciarme de su líquido vital.

Me separé de él y su palidez denotaba mi delito. Esta vez sí que me miró, fija, detenidamente y me dijo: - Espero no verte nunca más ¡Vete!-

Apreté sin demora el paso esperando que no tuviera fuerzas para seguirme, no lo hizo; llegó de manera providencial el último autobús y confusamente vi como subía mientras bajaban unos cuantos viajeros. El conductor apenas dio tiempo a estar vacío para arrancar, con mi victima como único pasajero enfiló la calle del Doctor Drumen en mi misma dirección, alcanzando mis largos pasos.En esos interminables momentos era yo quien sentía miedo de mirar hacía las ventanillas, sabedora de encontrar sus ojos oscuros escudriñando toda mi figura, embutida en un siniestra gabardina larga y negra, mientras veloz me adelantaba subido en el transporte público que le alejaría de mí para siempre.

Aún así, quise ver una vez más al primer hombre que le hinqué los dientes. Un instante fugaz selló con la despedida el cruce de nuestras miradas, la mía miedosa y complacida, la suya dura y furiosa.

Desde entonces, he perdido la cuenta de los cuellos masculinos que he desangrado, cada día es más difícil encontrar individuos sanos. Pero nunca he olvidado a aquel muchacho.Sigo frecuentando esporádicamente aquella zona, con la única esperanza de encontrarlo y saborear una vez más, la primera sangre de hombre que probé.






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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dicen que morir desangrado es una muerte dulce, a mi me gustaria inmolarme y que me sacaras hasta la ultima gota, y asi seguirte en la inmortaliad

El instante de Dánae dijo...

Uh! No sé qué decir ante algo tan hermoso. Gracias!