lunes, 31 de marzo de 2008

A mis hijos.


Permitid hoy, que antes de ofreceros y compartir mis escritos y vivencias con vosotros, haga desde aquí un humilde homenaje, mejor dicho, mi homenaje más grande y hermoso: A mis hijos, a la sangre de mi sangre, carne de mi carne. Las mujeres, fuimos recompensadas por cualquier sufrimiento, con la capacidad de dar vida, así lo interpreto yo, eso es ser madre; dar vida, dar tus energías y fuerza a un ser que es como nosotros, pero aún mejor. Porque los hijos, se mire como se mire, siempre serán mejor que sus padres.
Yo, pensé que nunca tendría hijos. Era una joven ambiciosa, llena de proyectos, con ganas de crear cosas, tener mis negocios, en cierta manera, fue así, con 20 años ya tenía mi pequeño negocio, me dediqué a él, si bien es verdad que fue algo fortuito, estaba constantemente en contacto con niños, me encantaban, pero eran hijos ajenos, no pasaba por mi cabeza tener uno propio.
Pasaron los años, nueve años, un día, fui con mis sobrinas a ver una película de Wat Disney, EL REY LEÓN. Es cierto que había perdido a mi padre de una manera trágica, por eso, al ver la escena en la que Simba, habla imaginariamente con su padre, entre las nubes nocturnas, al decirle Simba: "¿ Por qué me has abandonado?", su padre le responde:" Simba, hijo, no te he abandonado, yo vivo en ti..." Ese día sentada en el cine, recibiendo el resplandor de la gran pantalla, comprendí que pobres somos, que inútil puede ser atesorar cosas materiales e incluso vivencias, si nadie seguirá llevando nuestra voz cuando fallezcamos. De qué servirá cualquier éxito, si no quedará nadie que lo perdure orgulloso en el tiempo... Ese día quise ser madre.
Mi parto fue muy especial, yo no recibí un sólo hijo después de nueve meses de embarazo, por lo tanto, incluso cuando una tarde sentí la muerte muy cerca, porque ser madre me sumió en una gran debilidad, todo, todo mereció la pena, volvería mil veces a pasar por aquellas dos semanas, por todo lo que vino después, porque asomarse a su habitación cuando ya están dormidos para darles un beso, no tiene precio, porque abrazarles y oler sus cabellos negros, es una sensación que nada podrá igualar, porque amo tanto a mis pequeños, que siempre pido que jamás me los dañen intencionadamente, porque me volvería una fiera que perdería el sentido común. Por eso soy madre, madre, nunca seré su amiga, si su confidente, su guia y su consejera, pero amiga no; los amigos los deben elegir ellos.
Intento alentarles, a pesar de la vida que se les presenta, a tener fe, siempre la fe, en ellos, en la humanidad entera. Esperanza, amor propio y capacidad de sacrificio, también para el perdón; les preparo levemente para la escasez de caprichos, para que un día si llega el caso, sepan valorar lo que cuesta conseguir todo, para que puedan amoldarse a los malos momentos.
Pero sobre todo, sobre todo, no me canso jamás de decirles cada día cómo les amo, qué feliz me hace tenerles, qué orgullosa estoy de ellos. Porque yo se bien lo mucho que necesita un hijo sentir que sus padres le quieren, no es suficiente decirlo, hay que demostrarlo.
Un beso a todos los padres y madres, a todos los hijos e hijas.



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