Me acostumbré al dolor,
ya no duelen las yagas de la vida;
me habitué a la soledad y
ahora me arropa con sus fríos besos.
Me hice amiga de la noche,
me ilumina con sus ojos de azabache,
me conciencié, cedí, el destino
nunca te acerca al puerto deseado,
pero si te quiere llevar, siempre será,
por el camino más tortuoso.
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